Powered By Blogger

Vistas de página en total

jueves, 17 de enero de 2013

De lo que cuentan las casadas.

Y como de costumbre, lo habitual después de una buena cena en compañia de mi esposo y sus amigos; lo primordial al llegar a casa era desvestirse, quitarse los pendientes de las orejas y de la cabeza, el maquillaje, el peinado, frotarse toda clase de pomadas y cremas con pequeñas propiedades para no verse casi vieja. Eso hice, y cuando mire mi reflejo al espejo de mi habitación no hallé mas que una porción parca de mí, lo demás se había ido de vacaciones a no se dónde. ¿Cual sería ahora mi excusa para no dejar que mis muslos se desbordaran sobre las sábanas? Era cierto que ya no tenía veinte años y que la fiebre de tener a mi hombre desnudo tres veces al día era ya una remembranza de mis hazañas ¡pero de eso a un día y otro y otro mas no tener ni una pizca de ganas! Había kilometros de distancia de aquella mujer humeda a estas dunas que ahora alojaban entre mis piernas. Estaba claro que como esposa tenía la obligación moral y social de proveérle por lo menos una eyaculación decente a mi amado marido. La constante era el amor eterno que nos habíamos jurado, pero algunas veces es tan fuerte la compenetración de dos almas que se acompañan tanto en una sola vida que entonces la carne pasa desapercibida casi por completo. Hora de apagar la luz. Dentro de unas horas sería nuestro 18 anivesario y era muy complicado tener una excusa coherente. Amaneció y casi sin arreglarme salí a tomarme un café periódico en mano, dos cucharadas de azucar, busqué en la sección de "Masajistas" No podía evitar en mi cabeza las imagenes de cada una de mis amigas opinando sobre la inmoralidad de mi plan, seguramente me hubieran inventado alguna palabra ralacionada con "filias" y yo les hubiera dicho que lo suyo eran fobias y así hasta que alguna de ellas tomara su bolso abruptamente para salir caminando digna y además azotando o la taza del café, o la carpeta de las propinas, las cartas, la silla, que se yo. No supe por donde partir, asi que comencé por llamar a todos los teléfonos que terminaban en 3, era mi número favorito y además en la historia ésta contandola a ella seríamos 3. Empecé preguntandoles sus edades y pidiendoles sus tallas, si bien tenía pensado embriagar a mi marido hasta que no supiera que Santa le hablaba era imprecindible que las nalgas las tuviéramos medianamente parecidas. Cerca de la llamada treinta, hora para la cual yo ya me sentía como una profesional en cuestionarios de masajistas, me encontré con una tal Isabella que contaba con todo lo necesario para "el trabajito" quedamos de vernos a una cuadra de mi casa, me pedí un whisky y es una lástima que no me lo hayan servido. Llego la hora y fuí por ella, la subí a mi recamara, le pedí que se bañara con mi shampoo, le expliqué donde estaban sus cosas, que en realidad eran mías, pero que por fuerzas del destino o de mi falta de ganas tendría que prestarselas. La cosa iba a ser sencilla, ella estaría escondida bajo la cama mientras que yo estaría cenando con mi marido y amandole como sólo yo sabía hacerlo mientras le servía en la mesa su plato favorito. Todo quedó excelente, las flores, el mantel, el maridaje de vino y postre, la sobremesa. Dos botellas de vino después subimos a la habitación bañados en risas, apague la luz y entre juego y besos no tuve mas remedio que dejarlo acostado, semi desnudo en lo que yo me escondía en el baño del cuarto ¿por qué no pensé en un lugar para mi huída? Mi masajista resurgio de netre la alfombra como Diosa de la noche, ahora ya no era mas mi masajista si no de mí marido. Aún con que le pedí que no hablara, los sonidos inconfundibles del festín de carne eran casi insoportables.¿Por qué no era yo la que estaba ahí jugueteando entre sus brazos y su panza? Los celos empezaban a machacarme el estómago.Para mi fortuna por cuestiones de edad de ambos la musicalidad de sus cuerpos se apagó pronto, así que recogí todo aquel guacamole de emociones y me lo llevé sigilosamente a mi almohada, mientras que mi masajista ahora se vestía con la misma agilidad con la que minutos antes había hecho lo contrario. No sé si dormí bien o mal, si soñe o sólo me quedé preguntandome razones de lo sucedido, lo que si sé es que cuando desperte había una ramo de rosas gigantes sobre el buró. Abrí los ojos lo mas grandes que pude, me puse mi bata, las sandalias, mire al espejo, me sonreí y me colgue aquella medalla como si yo me la hubiera ganado limpiamente.