Powered By Blogger

Vistas de página en total

lunes, 20 de abril de 2009

De las conteos certeros.


Sábado por la mañana y si el conteo no nos falla, dos horas de sueño guardadas en las bolsas de los parpados.
Salí en pijama a abrirle la puerta, extraño caso llegar a "casa" sin tener las llaves. Ahí estaba, quieto, con gafas oscuras quesque pa´que nadie le vea las ventanas del alma, con camisa blanca y pantalón gris rata, con cuarenta kilos menos y los ojos enormes como gato mojado.
Entró y reconoció las huellas de sus pies descalzos aún apesar de que ese piso tenía cuatro años de ser limpiado con regularidad, ahí estaban, hundidas como los antiguos templos gritando desde lo profundo del concreto.
Y yo, desde el sillón reconocí mis manos en su pecho, y aún con que había sido acariciado por otros dedos durante los mismos cuatro años, mis marcas eran claras y casi brillantes.
Hablamos de todo lo que construimos y también de aquella tirada del destino que terminó por ser la historia más triste que hasta ahora ambos llevamos colgada al cuello como "milagrito".
Algo en mi cabeza retumbo "lo que vivimos no fue amor sino Amores, fue mucho para ser un sólo Amor" dijo. Esa fue la combinanción de palabras clave para darle rienda suelta a los recuerdos de mi vida marital a su lado. Sorprendentemente no le besé, y sorpendentemente también para mis pupilas el tiempo no había pasado, la unión entre esa mañana de sábado y aquella otra en la que su espalda se desvaneció entre los callejones fue cosa de un segundo.
Una semana y luego dos y luego tres y cuatro meses y once más, y ahora ya un año y medio y ahora eso mismo pero el doble, así consecutivo hasta abrir el portón de mi "casa" que según el acuerdo primero: "la que sea mí casa será tuya también"
Y que ahora ya no era suya, sino sólo mía y él solo, con otra casa, de la cual yo tampoco tengo conciencia de llaves ni de cerrojos.
Y mi pijama rosa de cuello alto para el frío no hizo lo suyo, y mis ojos de luna llena apunto de dejarse llover, pero recordando que la cordura es el camino menos borrascoso.
Vino a pedirme paz.
Ahora resulta que mi nombre capicua se lo escupe la falta de mi querencia, según me contó, le sale de todos lados, se le revelan mensajes en extraños que le llaman como yo le llamé alguna vez para pedirle se acostara a comer.
Y yo, que atravesé los siete infiernos con su foto buscándolo, y que de día mientras estaba en "nuestra casa" del librero me caía su cansancio para extrangularme, que de las sábanas me brotaban nidos de vivoras, que del silencio que moro en la sala me nació la gana de no volver a mirar con el corazón ¿Que hay de eso? De haber sabido que pedir paz era la solución lo hubiera hecho.
Constato una sola cosa: Verle, tenerle tan cerca, tan real, tan de carne y hueso, lo único que me deja claro son todas las veces que le he perdido.
A mis cincuenta y dos, ya no hay tiempo de contar perdidas.

No hay comentarios: